miércoles, 16 de febrero de 2011

De Quijotes y Sanchos que van en avión

- Estoy pensando en irme.
- ¡¡¿Que quéeeeeee?!! ¿Cuándo? ¿A dónde? ¿Qué bien, no?
- Sí, bueno, a Londres, aunque prefiero Dublín, no sé, ya veremos...
- Me alegro un montón! Ojalá pudiera yo...
- Bueno, que ya veremos, fui a una entrevista hace poco, a ver si sale algo, ya os contaré cuando sepa...
- No seas tonto, anímate que si no lo haces ahora, no lo harás nunca.
- De momento estoy en contacto con una empresa que lleva estas cosas, te buscan entrevistas de trabajo y tal. La verdad es que lo tienen muy bien montado, pero ya veremos...

Ésta es más o menos la conversación que tienes con una amigo que lo ve, pero no lo ve.

- Me quiero ir. Estoy pensando en Londres.
- ¿Londres? Ese es mi chico. ¿A hacer qué?
- No sé, lo que me den, pero me voy. Total, aquí se me acaba el contrato. Además que...(mini aplausos y expresión de entusiasmo).
- ¡Me alegro tanto por ti! Sé que lo vas a disfrutar muchísimo. No sabes la envidia que me das. Por favor, aprende mucho y tráetelo de vuelta para contármelo. Quiero saberlo todo, lo que veas, lo que hagas, to-do.
- Claro que sí gorda, te voy contando y cosas. ¡Va a ser cojonuti!

Ésto es lo que te dice un amigo que se muere de ganas por coger ese avión.

--------------------------------------------

Ha pasado más o menos un mes. Los dos se plantan en casa un fin de semana cualquiera y piden asilo aeroportuario (que viene a ser un hueco en el sofá el día antes de un vuelo). Dos mochilas y dos maletas. Son  muchos más los que quieren un hueco en el sofá esa noche, eso y exprimir los minutos a la manera más castiza: haciendo un buen botellón.  Esa noche todo son copas, música, chistes y risas. Nada que les haga sentir especiales, y a ella tampoco.

- Vamos a tomar una copa en otro sitio, ¿venís?
- No, no, que amanecemos en menos de 4 horas. Ale, un besico. Pasadlo bien. No hagáis nada que yo no haría.

De un besico nada. Dos abrazos fuertes, con ganas, como para que se les queden pegados. Dos pares de besos de esos que suenan, con apretón de mejillas incluido. Mucha suerte. Escribid en cuanto lleguéis, Don Quijote de Inglaterra va a tener más visitas que el perfil de Pilar Rubio en Facebok. Pasadlo genial. Vamos a veros en cuanto podamos. Y ya.

No hay hueco para las lágrimas. En realidad no es para tanto, y lo modernos que somos y lo acostumbrados que estamos a estas cosas y bendito Skype, y bendito Facebook, y así tenemos excusa para viajar.
Pero aquí sin vosotros nos va a faltar algo.

Hoy hace tres meses y tres días de aquello y, aunque en España (afortunadamente) sigue saliendo el sol, y aunque nadie (afortunadamente) se ha muerto de melancolía, aquí nada es igual.
No se escuchan igual las canciones de Calamaro, ni las de Sidonie. No se mira igual a los modernillos de ojazos azules. No se mira igual al cielo cuando se encapota. No son iguales los ratitos en la urba, ni los cafés en el Deicy. Ni siquiera se compran las mismas botellas de Negrita, ni de ginebra. 
Y ella, cada vez que se lleva un abrazo, se lo lleva por tres.

Este post es por y para vosotros dos. Pero también por todos los que han osado a privarnos de su compañía unos meses en tantas otras ocasiones. Brindo por que lo sigan haciendo.  

viernes, 4 de febrero de 2011

De...desde Turquía con hedor

Hay un restaurante de kebabs (shawarmas, falafels o como sea que se diga) debajo de mi casa. Mundo Kebab se llama. Es como el de la foto pero mucho más grande, con dos pisos, y tiene pinta de ser la oficina central de todos los kebabs del mundo, como su propio nombre indica.

Antes, cuando vivíamos en la siguiente manzana, molaba. Es cómodo tener acceso a comida rápida, barata y grasienta a 50 metros de tu portal. Nunca he sido muy fan de este tipo de manjares, (quiero decir de los kebabs, porque en el resto de fast food bien podría tener un máster), pero alguno caía de vez en cuando.

Recuerdo con nostalgia los días en que Mateo venía de visita y pasaba siempre a comprar un enorme rulo de esos  incluso antes de subir a casa, o cuando mi hermano se los zampaba de tapa antes de una comida familiar, y a Maite, que se dejaba un trocito para el día siguiente (misión imposible engullir uno entero). Eran días de ignorancia y de disfrute. Las ventanas de casa daban a un patio maravilloso lleno de flores y árboles verdes. No podíamos imaginar lo que vendría después.

Lo que vino después fue una mudanza. Nuestro precioso pisito de la casa de las flores se quedó pequeño para seis, es lo que tiene. Así fue como llegamos a Gaztambide 20, rebautizado después con el nombre de GHaztambide por lo que de comuna tiene. Un piso, enorme, recién reformado, con habitaciones como plazas de toros, decorado con nuestras propias manos (nótese el amor que conlleva eso) y luz, muchísima luz. Ah, y el Mundo Kebab debajo, justo debajo, tan debajo que su salida de humos da al patio interior (al que también dan dos habitaciones y la cocina). 

El resultado es un adorable hogar, del que ya os hablaré otro día, con una sola pega: ese horrible olor. Al principio da un poco igual, cierras la ventana y piensas que te acostumbrarás, pero un día te levantas con el pie izquierdo y te das cuenta de que no aguantas más. Ese día estás estudiando, la puerta de la cocina se ha quedado abierta y empieza a llegar ese tufillo asqueroso que te obliga a abrir la ventana y congelarte los dedillos de los pies por no vomitar. A la hora de comer vas a la cocina con la única idea de qué inventarte para no morir de hambre y nada más entrar...zas! ya has comido gracias a ese maldito hedor, denso como él solo, especiado y una vez más, vomitivo. Lo que no acabo de entender es cómo hay vecinos que tienen el valor de seguir tendiendo ahí su ropa.

Me voy ahora mismo a hablar con el presidente.

Sonrisas. Hasta otra!