viernes, 4 de febrero de 2011

De...desde Turquía con hedor

Hay un restaurante de kebabs (shawarmas, falafels o como sea que se diga) debajo de mi casa. Mundo Kebab se llama. Es como el de la foto pero mucho más grande, con dos pisos, y tiene pinta de ser la oficina central de todos los kebabs del mundo, como su propio nombre indica.

Antes, cuando vivíamos en la siguiente manzana, molaba. Es cómodo tener acceso a comida rápida, barata y grasienta a 50 metros de tu portal. Nunca he sido muy fan de este tipo de manjares, (quiero decir de los kebabs, porque en el resto de fast food bien podría tener un máster), pero alguno caía de vez en cuando.

Recuerdo con nostalgia los días en que Mateo venía de visita y pasaba siempre a comprar un enorme rulo de esos  incluso antes de subir a casa, o cuando mi hermano se los zampaba de tapa antes de una comida familiar, y a Maite, que se dejaba un trocito para el día siguiente (misión imposible engullir uno entero). Eran días de ignorancia y de disfrute. Las ventanas de casa daban a un patio maravilloso lleno de flores y árboles verdes. No podíamos imaginar lo que vendría después.

Lo que vino después fue una mudanza. Nuestro precioso pisito de la casa de las flores se quedó pequeño para seis, es lo que tiene. Así fue como llegamos a Gaztambide 20, rebautizado después con el nombre de GHaztambide por lo que de comuna tiene. Un piso, enorme, recién reformado, con habitaciones como plazas de toros, decorado con nuestras propias manos (nótese el amor que conlleva eso) y luz, muchísima luz. Ah, y el Mundo Kebab debajo, justo debajo, tan debajo que su salida de humos da al patio interior (al que también dan dos habitaciones y la cocina). 

El resultado es un adorable hogar, del que ya os hablaré otro día, con una sola pega: ese horrible olor. Al principio da un poco igual, cierras la ventana y piensas que te acostumbrarás, pero un día te levantas con el pie izquierdo y te das cuenta de que no aguantas más. Ese día estás estudiando, la puerta de la cocina se ha quedado abierta y empieza a llegar ese tufillo asqueroso que te obliga a abrir la ventana y congelarte los dedillos de los pies por no vomitar. A la hora de comer vas a la cocina con la única idea de qué inventarte para no morir de hambre y nada más entrar...zas! ya has comido gracias a ese maldito hedor, denso como él solo, especiado y una vez más, vomitivo. Lo que no acabo de entender es cómo hay vecinos que tienen el valor de seguir tendiendo ahí su ropa.

Me voy ahora mismo a hablar con el presidente.

Sonrisas. Hasta otra!

4 comentarios:

  1. Eres una putilla!!!! Tu habitación es grande y luminosa. Mi habitación es pequeña, oscura y con colesterol. Echo de menos mi balcón a los jardines del Palacio de las Flores...

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  2. jajajaj, esto se veía venir muchachos! jajajaj

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  3. Pues ya te quiero ver vomitando algún día del olor!! EXAGERADA!!


    A ver si, es una mierda absoluta, pero tampoco pa tanto!

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  4. perdona Belenchu, pero sí es tan exagerado, tanto que más de uno se ha levantado en plena siesta a cerrar la puerta de la cocina (y eso ya es bastante)...
    en cuanto a Iñaki, no me negarás que en ésta,. nuestra nueva casa, más clara la luna brilla y respira mejor

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